Había ido construyendo, con cada palabra, cada gesto, cada nota musical, un altar pequeño, de mármol blanco y pequeñas estrellas doradas, diseminadas por los soportes. La tábula era lisa, suave, cubierta por un manto también blanco de prometidas caricias. A uno de los lados, el izquierdo, llené la ausencia con un trono de comodidades inimaginables, en donde aun sobrevive a la espera, una rosa roja...
En el recinto se filtra amablemente, en lluvia de calideces, la luz del sol... La puerta siempre se mantiene abierta y el silencio melodioso del corazón del poeta, reina en su interior...
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