Colores de un alma que crea desde la celda de un neuropsiquiatrico. Una ninfa que inspira poemas y relatos fantásticos. Una historia que no tiene final...

martes, 26 de enero de 2016

Artero y fugaz.

Me atrevo a cerrar los ojos, y el rojiazul me invade, cuando en tímido sueño bates alas, cubriendo el reposo de mis piernas caminantes de vigilias. Todo sobra en un mundo que entra por los ojos y por los oídos, principalmente. Las horas van cobrando matices extraordinarios al correr con la brisa. Pareciera que el destino desatinado se acomoda a los rezos del fiel iluminado que abrió los ojos hoy, y ya no querrá cerrarlos. Mientras decrece la luna y ahoga a las tontas mareas, un templo abre las puertas de par en par al arcángel recién llegado, rotas sus sandalias y con sed de amar.
En onirias cruzadas, gestamos futuros amaneceres de pupilas dilatadas y lazos rojos en la piel.
Mas rompen espejos los haces de luz furibunda, que han entrado como tromba, descubriendo, dormida en el altar, a la Diosa Alba, derramándose en cascadas de agua dulce, en el núcleo latente de la vida.
Clarissa Cristal.

sábado, 23 de enero de 2016

Inevitablemente...

Esa noche de espesa neblina, las paredes fueron llorando hiedras y el azul refulgía indemne por entre el follaje invasivo, verbaloide y mundano, del verso copiado y estéril, del verde sucio de un solo mirar. Por dentro, la casa, mi casa Azul, dejaba caer las estrellas como plumas en la brisa, tapizando la alfombra con el vibrato seco y rítmico de almendras en la piel. Miles de dedos osados, ansiosos de conocerla, se intrincaron en mi extensa cascada de rizos, mientras la casa suspiraba a ventanas abiertas, un cielo entero desfallecer. Caminé descalza, desnuda de deseo, por la orilla soñada de tu secreto nombre (ese que aun no pronuncio y que, algún día, en la cima del canto te susurraré), y elevándome, extasiada, pude ver que el árbol blanco de nuestro ensueño, vuelve a florecer.
Mientras se gesta la primavera, Elú, tumbada en la hamaca, canturrea esa canción con la que ha de nacer.
Clarissa Cristal

sábado, 2 de enero de 2016

Pequeña muerte.

La noche nos llenó las pupilas y los huesos de dulce fatiga. En la sangre salvaje de un poema, quedó el enredo de sábanas, sudor y desvelo.
Edén que se desvanece.
Aún te tengo en el aroma enloquecido de la piel, en la memoria de mis dedos, en la sutil respiración... Floto y me alejo, en el instante mudo, en el nudo ciego, en el ascenso y en el descenso abrupto, del despertar de esta pequeña muerte sideral.
                                                Clarissa Cristal