Cuando te vi bajar por la cuesta verde esa en la que el alma da un vuelco, con la mirada gacha y el pelo en la cara, sentí que ya nada sería como antes de ese día de noviembre, en el que para siempre te quedaste pegado a mi y yo a vos en no se que amalgama arcaica imposible de romper. Y se nos metió el sol dorado por los ojos, y las manos cantaron caricias inventadas, y la noche se rió de nosotros, al ver iluminada la fuente rebosante de deseo, que descaradamente nuestra piel reflejaba... Los vientos y las sombras arrancaron de mi boca esos sonidos celestes que no conocías, pero anhelabas y mi vientre ansioso te vistió en instantes eternos, jadeante soliloquio susurrado en mi cuello... de estrella de la mañana.
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