Darme cuenta de la necesidad mendiga,
de beber la miel esencial de tu mirada,
Alimentarme con los ecos de tu sangre,
Sin malograr ni una gota derramada,
mientras corremos juntos, paralelos, unánimes,
a través de las arterias insaciables,
que bañan tu cuerpo mortal.
Sed que va matándome de a poco,
que va secando cada haz de luz que me compone,
y eleva el aroma de mi, a la cima de esa,
la cordillera rojiza que lleva tu nombre.
Sentir como dislocan mis deseos,
toda firme decisión de no integrarte,
a la molesta impresión de no tenerte,
encarnado en mis entrañas casi inertes,
que aun esperan el don sacro de albergarte.
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